Hay casas… y luego están los hogares.
Uge lo tenía claro desde el principio: más que paredes y un techo, quería un lugar donde sentirse a salvo. Un rincón del mundo que pudiera llamar suyo.
Y justo ahí, entre esas paredes llenas de calma y vida por construir, llegaron ellas: Alma y Bella.
Su nacimiento estaba programado, pero nada —ni siquiera un calendario— puede medir lo que pasa cuando dos nuevas vidas irrumpen en el mundo. Estuve en el quirófano, viendo cómo Uge y Tania se miraban, cómo sus manos se buscaban en silencio… y cómo, de repente, todo encajó.
Después, la historia continuó en ese hogar que Uge soñó. Con los días llenos de juegos, los hermanos mayores cuidando y jugando con las pequeñas con ternura, los biberones compartidos y el caos perfecto que solo las familias reales conocen.
Porque un hogar no es solo un lugar: es el latido de las personas que lo habitan. Y en esa casa, entre risas y desvelos, encontré la verdad de una familia que no necesita guiones… solo amor.
Gracias, Uge y Tania, por dejarme contar esta historia desde el primer segundo.
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